El demonio

Voy caminando por un pasillo de un instituto, el típico con las taquillas a un lateral. De repente al final del pasillo aparece una figura horrenda, negra y roja, un rojo incandescente que me mira fijamente. Viene a por mí. Corro como jamás he corrido en mi vida y aparezco en mi casa, pero la sensación de una presencia maligna no ha desaparecido.

Huele a pólvora e incienso. Tengo miedo. Me escondo debajo de la mesa pero observo que una sombra me busca. Hay calma, pero no me fío de esa tranquilidad, de hecho me resulta incómodo. Cambio de lugar varias veces, hasta que le veo un ojo. Es él, no hay duda, tengo que marcharme como sea.

Cojo un objeto metálico y lo lanzo al fondo del pasillo, e inmediatamente corro (en silencio) hacia la dirección opuesta, hacia la puerta. Salgo al rellano y llamo al ascensor pero no funciona. Corro a las escaleras que bajo a una velocidad trepidante. A mitad camino noto que me sigue. 

Consigo salir a la calle, allí debería ser libre, supongo que no querrá exponerse. Pero la calle está desierta, oscura, sólo iluminada por las farolas. Comienzo a correr por la calle (no por la acera, por en medio de la calle, donde pasan los coches habitualmente). Me cruzo con varias personas solitarias que se giran a mirarme.

Llego a una calle donde hay una luz más potente: la de una tienda de televisores cerrada, pero con las luces conectadas. Delante, hay un hombre y una niña, pero son muy sospechosos. Parecen ladrones.

No sé como me roban una cartera que llevo encima. El hombre sale corriendo pero la niña se queda allí. Miro fijamente a la niña y le digo: "Tu padre no podrá huir. ¿Ves aquél cartel de allá? Si tu padre lo cruza con mi cartera, morirá". Sí, sonaba a una amenaza. No era un consejo, era una amenaza. La niña asustada corre desesperada a avisar a su padre que se alejaba a lo lejos. La niña gritó "¡No huyas, no quiero que mueras!". 

El padre se detuvo y yo pude ver cómo la niña se acercaba al padre a metros del cartel. Ambos volvieron. Me pidieron disculpas temorosos. Yo les perdoné y les dí un consejo. Seguí mi camino y ví como un autobús amarillo de dos pisos pasaba a mi lado haciendo eses. A lo lejos escuché ruido de cristal y un estruendo. Supuse que el autobús colisionó contra la tienda de televisores, donde estaban el padre y la niña.

Finalmente llegué a un edificio acristalado, al que entré sin problemas, lleno de mesas de con ordenadores enchufados y gente trabajando a esas horas de la madrugada. Me dijeron que el código estaba casi descifrado que les faltaba poco, pero les faltaba una clave, un número para desencriptarlo. Yo les propuse el tres (que es mi número favorito) y resultó ser correcto. Levanté entonces la cabeza y miré las estrellas.
 

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