La travesía de la escalera

El sueño comienza en el bajo de un edificio, cómo no. (Pero esto ya empieza a ser raro. ¿Mi destino era ser arquitecto? Bueno, la arquitectura me gusta...) Me dispongo a subir una escalera de la finca para llegar a mi casa, pero a mitad del tramo, a pocos escalones, veo que la escalera ha desaparecido, no está. No hay escalera, ni siquiera para llegar al primer piso. ¿Cómo llegar entonces? 

En ese momento aparecen dos vecinos y ven la situación. Pensamos en varios planes, como intentar trepar, o hacer puentes para llegar, pero resulta inviable. La única alternativa posible es buscar un conducto diferente que nos lleve directamente al último piso. Para eso, pensamos en un plan para llegar. A través de una casa dos manzanas atrás, hay un camino (WTF?) que lleva directamente al último (el quinto) piso. Esa casa es la casa de mi abuela paterna. Desde allí, una vez llegados a la casa de mi abuela (en cuyo camino nos encontramos con tres personas más con el mismo problema) nos damos cuenta que no es suficiente como para llegar al quinto piso, como mucho llegaríamos al segundo o el tercero.

Los seis abandonamos la casa para buscar otra alternativa. Tras un intenso debate de ideas malas (donde llegaron cuatro personas más a unirse a nuestra travesía y opinar), llega una buena: usar el barco (¿pero qué cojones? si en mi pueblo no hay costa...) Viajamos al barco, que es lo suficientemente alto como para alcanzar por un camino alternativo al quinto piso de mi finca.

Entramos al barco, y resulta que es en realidad un centro comercial con forma de barco (esto cada vez es más y más raro), subimos a la planta más alta del centro comercial por las escaleras mecánicas, y, puesto que desde el principio por el camino, cada vez se nos iba juntando más gente, cuando estuvimos arriba éramos como unos treinta y pico. Una vez allí, busqué a la dependienta que había allá, que amablemente nos llevó ante la responsable del centro comercial. Les explicamos la situación, y ella accedió a ayudarnos, llevándonos a los treinta por un salvoconducto al final de un larguísimo pasaje del centro comercial hasta una puerta conversando con la jefa del centro.

 

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